Comentario
La educación de la clase nobiliaria indujo a Felipe V a la creación en Madrid de una institución llamada a difundirse por otras latitudes a lo largo del siglo, el Seminario de Nobles (1725), dirigido hasta su expulsión por los jesuitas del Colegio Imperial y posteriormente por el célebre marino y científico valenciano Jorge Juan (1770-1773), al que siguieron los de Barcelona, Valencia, Gerona y otras ciudades, tanto en España como en América. Especial relevancia revistió la fundación, a cargo de la Sociedad Económica Bascongada de Amigos del País y en sustitución de los centros abandonados por los jesuitas, del Seminario Patriótico de Vergara (1776), rebautizado más tarde como Seminario de Nobles, que había de convertirse en uno de los más importantes centros de enseñanza e investigación de la España ilustrada, con sus estudios de primeras letras, humanidades, matemáticas y física, y con sus cátedras de química y mineralogía, donde se produjeron algunos de los descubrimientos científicos que desde el interior del país alcanzaron verdadera resonancia europea.
Otra de las preocupaciones de la Corona fue la formación de especialistas militares, que llevó a la creación de toda otra serie de importantes instituciones. Entre ellas destaca por su elevado nivel científico la Academia Militar de Matemáticas, fundada en 1699, restituida por Felipe V en 1720 y abierta a los estudiosos civiles, que desempeñaría un papel fundamental en la formación de un cuerpo de ingenieros militares, cuyo campo de acción abarcaría, además de la fortificación, la arquitectura y el urbanismo, tanto en España como en América. A su lado hay que situar la Academia de Artillería de Segovia (1763), que recogió la experiencia de los centros militares anteriormente en funcionamiento y que mantuvo en activo un importante Laboratorio de Química regido por el francés Louis Proust. Y, finalmente, hay que referirse a las Escuelas de Guardiamarinas, creadas primero en Cádiz (1717, trasladada en 1769 a San Fernando) y luego en Cartagena y El Ferrol (1776), donde se introdujeron inmediatamente la física y las matemáticas modernas.
La misma motivación militar tuvo la fundación de los Reales Colegios de Cirugía, para la Marina de Cádiz (1748), para el Ejército de Barcelona (1760) y San Carlos de Madrid (1787), cuya organización e inmediata dirección fueron encomendadas a los médicos catalanes Pedro Virgili y Antonio Gimbernat y que constituyeron otros tantos focos de la modernización de la práctica médica en España.
Al margen de la preocupación estrictamente militar, otras importantes escuelas de enseñanza técnica debidas a la iniciativa oficial fueron la Real Escuela de Mineralogía de Madrid, dirigida por el prestigioso científico francés François Chabanneau; el Real Instituto Asturiano de Minas (1794), con sus secciones de náutica y mineralogía, la gran creación de Jovellanos con sede en Gijón; la Escuela de Veterinaria de Madrid (1793) y la Escuela de Caminos, Puentes y Canales, organizada ya en fecha tardía por el ingeniero canario Agustín de Betancourt, otro de los grandes nombres del progreso científico en España.
La exigencia de sustituir a los jesuitas expulsados (que en la enseñanza de primeras letras dio nuevo empuje a la implantación de los escolapios) y de reutilizar su patrimonio condujo a la fundación de algunos centros de importancia. Quizás en este ámbito deba destacarse, sobre todo, la inauguración de los Reales Estudios de San Isidro, que, reorganizando el antiguo Colegio Imperial de Madrid regentado por la Compañía desde el siglo anterior, trataba de convertirse en paradigma de la enseñanza moderna, contratando a profesores laicos, difundiendo el espíritu jansenista, rechazando la escolástica e incluyendo entre sus disciplinas las matemáticas y la física experimental, el derecho natural y de gentes, el griego, el árabe y el hebreo y la historia literaria, cuyo primer catedrático titular fue el jurista Miguel de Manuel. Su proyección puede valorarse si tenemos en cuenta que por sus aulas pasaron entre otros Cornide, Miñano, Bosarte, Llorente, Forner, Marchena o Álvarez Cienfuegos.
Un mayor alcance tiene la iniciativa de plantear una enseñanza laica siguiendo los métodos del suizo Pestalozzi, intentada por Francisco Voitel (primero en Tarragona en 1803 y luego en Madrid en 1805) y por José Dobely (en Comillas con la fundación del Seminario Cantábrico, 1805-1808). Si bien ninguna de las escuelas tuvo larga vida, la madrileña fue transformada, bajo la dirección del valenciano Francisco Amorós y el apoyo de Godoy, en el Real Instituto Militar Pestalozziano (1807), por cuyas aulas pasaron en calidad de observadores ilustrados de la talla de José María Blanco White o Isidoro de Antillón, antes de ser clausurado definitivamente a causa de la persecución desencadenada por los partidarios del monopolio religioso de la enseñanza primaria, no sin antes poder reclamar su condición de precursor de las modernas escuelas normales.
Otro tipo de instituciones combinaron la enseñanza con otras funciones culturales y científicas. Su inventario, que da cuenta de la preocupación oficial por promover la actividad científica, debe hacer referencia en primer lugar a la fundación de la Librería Real (1716), una iniciativa de Felipe V para poner a disposición de los estudiosos los ricos fondos bibliográficos de los monarcas españoles y que constituiría el núcleo original de la futura Biblioteca Nacional. Por orden cronológico se sitúa a continuación el Real Gabinete de Historia Natural (1752), erigido por Fernando VI a propuesta del marino sevillano Antonio de Ulloa y formado por las ricas colecciones del peruano Francisco Dávila, su primer director, y del alemán Jacob Forster, que lo convirtieron en un importante depósito de especies minerales y, en menor medida, zoológicas y botánicas. El Real Gabinete de Máquinas (1791), otra creación de Agustín Betancourt, se nutrió esencialmente de las numerosas maquetas de ingenios mecánicos diseñados por el técnico canario en el transcurso de su estancia en París. También funcionaron en Madrid sendos Laboratorios de Química General, Química Aplicada a las Artes y Química Metalúrgica hasta 1799, fecha de su remodelación, que entrañó la supresión de los dos establecimientos generales de Madrid y Sevilla y la unificación de los dos restantes bajo la dirección del ya citado Louis Proust, que permaneció como su responsable hasta 1806.
El desarrollo de las ciencias naturales había inducido entre sus cultivadores la idea de establecer Jardines Botánicos, que sirvieran a la experimentación y la docencia. Así se fundó el Jardín Botánico de Madrid (1755), cuyo primer director sería José Quer y que, tras su ubicación provisional en Migas Calientes, habría de instalarse definitivamente en el edificio construido a tal fin por Juan de Villanueva. Su ejemplo dio lugar a la proliferación de proyectos y realizaciones en otros ámbitos: fundación del de la Universidad de Valencia (cuya Facultad de Medicina se había deshecho de otro anterior), proyectos no llevados a la práctica de la Sociedad Bascongada y el Ayuntamiento de Barcelona, construcción del de La Orotava, en Puerto de la Cruz, en la isla de Tenerife, por iniciativa del sexto marqués de Villanueva del Prado.
La renovación de la astronomía contó también con el apoyo de una serie de fundaciones reales. El Observatorio de Cádiz (1753, trasladado más tarde a San Fernando), dirigido inicialmente por el astrónomo francés Louis Godin, serviría de modelo para el proyecto del Observatorio de Madrid, sugerido por Jorge Juan a Carlos III, pero que no se llevaría a la práctica, según diseño de Juan de Villanueva, hasta 1790, después de la fundación en América del de Montevideo (1789) y antes de que fraguaran otros proyectos, como el de Santa Fé de Bogotá (1803) en América y el de El Ferrol en España (1806).
De este modo, la potenciación de las Academias, la reforma universitaria y la creación de otros centros, que sustituyesen a los abandonados por los jesuitas o que supliesen las carencias de unas universidades reticentes a la modernización de la enseñanza, constituyen otras tantas palancas de la intervención oficial en el ámbito de la cultura. Este intervencionismo se ejerce de otras maneras, como pueden ser el patrocinio de numerosas expediciones científicas o la potenciación de las Sociedades Económicas de Amigos del País y los Consulados de Comercio.